lunes, 25 de junio de 2007

Benito Mas y Prat

Quisiera ser el nardo que reposa

Quisiera ser el nardo que reposa
en el templado asilo de tu pecho;
el collar que aprisiona tu garganta;
la blanda seda, cárcel de tu cuerpo;

la ráfaga de luz que te rodea;
el céfiro ligero que te envuelve;
la sangre que en tus venas se desliza
y el soplo de la vida que te mueve;

quisiera ser tu sueño, tu desvelo,
el plano en que tu planta se asegura,
la bóveda que cubre tu cabeza,
la piedra que caerá sobre tu tumba:

quisiera ser el tiempo y el espacio,
para encerrar, en infinita etapa,
los átomos perdidos de tu cuerpo
y la sustancia eterna de tu alma.

Hay dos cosas en particular que sorprenden de este poema de Benito Mas y Prat: por un lado, la tensión intelectual del desarrollo de su tema, propia de la estructura de un soneto clásico; y por otro, su delicada música. Pero una lectura más atenta nos revela que no sólo no se trata de un soneto, sino que carece de rima.

“Quisiera ser el nardo que reposa” se trata, obviamente, de un poema romántico, pero es uno donde las imágenes son un conjunto de sublimaciones un tanto cerebrales, que se orientan hacia una concepción metafísica del amor. El deseo de posesión de una mujer es expresado por esas cosas que marcan sus límites, enumerando, en primera instancia, el nardo que reposa sobre su pecho y el vestido de blanda seda. Pero estas cosas ordinarias y palpables son reemplazadas por otras más intangibles: la luz, la sangre en sus venas, el soplo de su vida. Y dado que la mujer amada también existe en el espacio y en el tiempo, para poseerla completamente el amante tendría que ser “la bóveda que cubre [su] cabeza” y “la piedra que caerá sobre [su] tumba”, y aún más: tendría que ser “el tiempo y el espacio” ante su inminente disolución en la nada. Poseer a otra persona completamente, por lo tanto, es imposible, pero desear hacerlo ofrece la medida de un amor eterno.

De alguna manera, este poema sugiere y anticipa el lirismo intelectual que distingue la poesía de Octavio Paz (1914-1998). En realidad, Mas y Prat (1846-1892) fue un joven contemporáneo de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), aunque menos original y talentoso. Ambos se ubican, sin embargo, en un momento de transición histórica, cuando el espíritu romántico de la época se extinguía y cuando se abría paso un tipo de poesía más intelectual, representada por Miguel de Unamuno (1864-1936). España aún no podía anticipar el brillante y poderoso movimiento modernista impulsado por Rubén Darío (1867-1916) desde América Latina.

“Quisiera ser el nardo que reposa” es un ejemplo perfecto de verso blanco (también llamado verso suelto). Las cuatro estrofas están sujetas a un metro regular, el endecasílabo (once sílabas por línea), pero fluyen sin las repeticiones de la rima; esta es una fórmula que fue utilizada por primera vez en España por Juan Boscán (1487/1492-1542) en su “Historia de Leandro y Hero” y luego por Garcilaso de la Vega en su “Epístola a Boscán”. La cesura (la pausa o respiro) de cada verso es ubicada entre la séptima y octava sílaba. Después de la suave cadencia de la primera estrofa, Mas y Prat introduce en la segunda estrofa una serie de palabras que colocan un fuerte acento en la segunda sílaba de cada verso: “la ráfaga”, “el céfiro”, “la sangre”, “el soplo”. Este procedimiento eleva la fuerza rítmica de la segunda estrofa y se convierte en un motivo musical que es retomado en la tercera y cuarta estrofa al introducir las palabras “bóveda” y “átomos” en los terceros versos.
Mas y Prat reemplaza la métrica por una cadencia perfecta. En poesía, la cadencia es el movimiento del verso hacia su pausa, hacia el respiro, hacia el silencio; y dado que esto refleja el movimiento conceptual del tema, tenemos aquí un ejemplo clásico de unidad de forma y contenido.

Para leer más

Hojas secas libro de Benito Mas y Prat en la Biblioteca Virtual Cervantes

domingo, 17 de junio de 2007

Tania Molina

(el amor)

Lenta,
violenta incursión
al centro de un planeta de carne,
aguijón punzando el epicentro
del temblor primario;
húmedo contacto del placer
en la caverna que se abre
al calendario sin tiempo de la piel.

Alimento,
sutil lenguaje de tu lengua
cabalgando el laberinto
de mis pezones en flor
y sigue la lanza
acuchillándome sin tregua
en esta guerra de saliva silenciosa.

No hay otra palabra,
el mar se desviste de su calma
y esta cama es la tormenta
donde naufraga infinito
el universo.


Después de la guerra en El Salvador, surgió un alud de poetas jóvenes. Muchas de esas voces fueron recogidas por Ricardo Lindo en la antología Alba de un nuevo milenio, publicada por la Dirección de Publicaciones e Impresos en el años 2000. De entre ellos, Tania Molina, con una propuesta desenfadada y sensual, parecía destinada a ser una de las poetas más originales. No sucedió así. Un día de tantos, Tania emigró a Italia y construyó una vida propia lejos de El Salvador. En la mayoría de los casos, un “poeta joven”, más que un escritor es sólo un joven que busca afirmar su identidad y expresarse. Pero la ausencia de una vocación literaria no les impide escribir buena poesía. El poema “(el amor)” es un buen ejemplo, el mejor que Tania escribió y que es, además, una rareza: un poema de contenido sexual verdaderamente efectivo.

El título de este poema erótico, “(el amor)” —entre paréntesis y en minúsculas—, designa al eufemismo más común del coito. Y en efecto el poema trata, sin rodeos ni excusas, sobre el acto sexual, visto desde la perspectiva de una mujer: “Lenta, / violenta incursión / al centro de un planeta de carne”. El sistema metafórico de estos tres primeros versos da una clara indicación de por qué este poema ofrece una lectura trascendental, más allá de la incitación erótica: sus alusiones son cósmicas, dan un sentido de que estamos ante la colisión de dos mundos. Este sentido cósmico de la sexualidad aparece también en los “20 poemas de amor y una canción desesperada” de Pablo Neruda: “Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, / te pareces al mundo en tu actitud de entrega”. Pero Neruda se ve a sí mismo como un hombre que debe someter a la tierra (la mujer): “Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar al hijo del fondo de la tierra”. Esa jerarquía, esa noción de conquista unilateral del dominio sexual, tan propio de muchos textos masculinos, no existe en el poema de Tania. Hay diferencia y contraste entre los sexos, pero también hay igualdad en esa “guerra de saliva silenciosa”: ambos, hombre y mujer, provocan juntos la tormenta “donde naufraga infinito / el universo”. Y ambos caen en ella, juntos.

Postscript: Tania regresó a El Salvador hace un par de meses (marzo de 2007). Ha fundado un proyecto circense en Chalatenango, y sí, continúa escribiendo poesía.