sábado, 27 de enero de 2007

Ana Castillo

Pido lo imposible

Pido lo imposible: ámame para siempre.
Cuando se extinga el deseo todo, ámame.
Ámame con la firme obstinación de un monje.
Cuando el mundo entero
y todo lo que estimes sagrado te advierta
contra ello: ámame aún más.
Cuando una furia innombrable te sobrecoja: ámame.
Cuando cada paso de tu puerta a tu empleo te canse…
ámame; y de tu empleo a tu hogar de nuevo, ámame, ámame.
Ámame cuando estés hastiado…
Cuando cada mujer que veas sea más bella que la última,
o más triste, ámame como siempre lo has hecho:
no como un admirador o como un juez, sino
con la compasión que reservas para ti mismo
en tu desamparo.
Ámame como te deleitas de la soledad,
la anticipación de tu muerte,
los misterios de la carne, sus desgarros y enmiendos.
Ámame como al más venerado recuerdo de tu infancia…
y si no hay uno en tu memoria…
imagínalo, y déjame habitarlo contigo.
Ámame marchita como me amaste plena.
Ámame como si Yo fuese para siempre…
y yo, haré de lo imposible
un simple acto,
amándote, amándote como te amo.

Traducción de Jorge Ávalos


Amor: la piedra angular de la poesía. Este poema contemporáneo es uno de los ejemplos más vehementes de poesía amorosa que yo conozco. Su autora no sólo demanda un amor incondicional, también pide lo imposible: un amor eterno. Ese sentido místico del amor emparienta este extraordinario texto con el famoso soneto de Francisco de Quevedo “Amor constante más allá de la muerte”, pero por afinidad, no por influencia. Las diferencias no podrían ser más notables, aunque sobresalen dos: el recurso de la anáfora, esa letanía de su fervorosa petición a la que integra una poderosa perspectiva feminista.

Ana Castillo es la más importante novelista chicana y es una formidable ensayista sobre la historia y condición de los mexicano-americanos. Sus más recientes publicaciones son los libros I Ask the Impossible (poesía, Random House, 2001) y Desnuda mi corazón como a una cebolla (novela, Alfaguara, 2002).

Más sobre Ana Castillo (en inglés): Sitio oficial de Ana Castillo.

El poema de la semana es seleccionado y comentado por Jorge Ávalos.

sábado, 20 de enero de 2007

León Sigüenza

El tigre y el canario

Sepa usted, señor mío,
que me vanaglorío
de que a su mismo lado
me tengan enjaulado
—le dijo un Tigre al pávido Canario
que también se encontraba prisionero
soportando ese mísero calvario
ni más ni menos como el Tigre fiero.

—Yo también, señor Tigre,
y mientras no peligre,
celebro que a su lado
me hayan colocado—
le contestó el Canario un poco serio.
Y luego le pregunta—: Diga, amigo,
¿por qué es que nuestro pérfido enemigo
lo tiene en tan penoso cautiverio?

—Porque soy sanguinario;
(le contestó al Canario
el terrible felino).
Y sobre usted, vecino,
¿cuál es la seria acusación que pesa
que lo tiene sumido en tal quebranto?

Y contestó el canario con tristeza:
—A mí me tiene preso porque canto.

La vida, más o menos,
a todos nos da palos;
a los unos por malos
y a otros por buenos.


“La fábula es la manera más política de aconsejar a un tirano y de reprocharle sus faltas”, escribió León Sigüenza (1895-1942), autor de un solo libro publicado póstumamente: Fábulas (1942), que lo convirtió en el mejor y más conocido fabulista salvadoreño.

Típicamente breve, escrita en verso o en prosa, una fábula se distingue sobre todo por ser una alegoría, un término que proviene del griego “allegoréo” y que significa hablar en sentido figurado. La fábula es por naturaleza didáctica y suele ofrecer una enseñanza moral que es hecha explícita al principio o al final de la historia.

Aunque Sigüenza sugiere que la fábula se originó de forma espontánea en el lenguaje, como la metáfora o el símil, la historia literaria le atribuye su creación formal al escritor griego Esopo (620-560 a.C.), quien se cree fue un esclavo liberado de Frigia. Lo cierto es que la colección de fábulas que se le atribuyen a Esopo, difundidas a través de las versiones del poeta griego Babrio (siglos I y II a.C.) y del romano Fedro (siglo I d.C.), se ha convertido en una de las más conocidas y divulgadas fuentes de la literatura oral, y son un tesoro de la cultura indo-europea.

En el idioma español, el género de la fábula fue enriquecida por la tradición hindú del Panchatantra, gracias a la traducción que Alfonso X el sabio (1221-1284) ordenó que se hiciera a partir de la versión árabe, y que se difundió bajo el título Calila e Dimna.

Sigüenza reúne en sus creaciones las tradiciones indo-europeas que se unificaron durante la edad media, pero con giros costumbristas que lo ubican entre los forjadores de una literatura nacional. Su obra no tiene ni el alcance ni el impacto que tuvieron en su tiempo autores clásicos como Jean La Fontaine (1621-1695), Félix María Samaniego (1745-1801) o Tomás de Iriarte (1750-1791), pero como “El Tigre y el Canario” lo demuestra, algunas de sus fábulas anticipan el moderno y cáustico sentido de ironía que alcanzarían más tarde Juan José Arreola (1918-2001) y Augusto Monterroso (1921-2004).

Sigüenza fue diputado en 1933, al inicio del período del dictador Maximiliano Hernández Martínez, y luego fue miembro del cuerpo diplomático en Nueva York y Tokio. Esto explica su adhesión a un género que le permitió parodiar las costumbres y los personajes de su tiempo sin atraer atención sobre sí mismo. Una fábula se siente intemporal aún cuando es utilizada para atacar una cuestión palpitante.

“El Tigre y el Canario” es un buen ejemplo del arte de Sigüenza, sobre todo porque no necesita de la moral al final para hacer sentir el peso de su crítica política. El diálogo entre los dos prisioneros, un asesino y un cantor, potencia el sentido alegórico de cada personaje, contrastando sus personalidades no sólo entre sí sino también en relación al destino unánime de los dos. Así, a pesar de la presencia en los periódicos de oficiales dedicados a la censura, Sigüenza se sale con la suya y publica una alegoría sobre la represión política de su tiempo, que criminalizó, persiguió, encarceló o envió al exilio a muchos intelectuales.

En “Isagoge”, un texto sobre la historia de la fábula, Sigüenza cita a John Malcolm para explicar la importancia de la alegoría en un tiempo de opresión: “Donde la libertad no se conoce y el gobierno es despótico, aun el pensamiento debe velarse. Los oídos de un tirano no soportarían la verdad desnuda y el ingenio tiene que revelarse en una forma que, al expresarse, sea tolerada”.


El poema de la semana es seleccionado y comentado por Jorge Ávalos.

Una invitación a la poesía

Jorge Ávalos

Un bosque de signos, el poema. Del follaje de letras, ágil, salta un venado. Tras él, fieros cazadores: críticos impotentes, inspectores políticos, poetas malversadores. El relámpago negro de mi pluma los reduce al ripio de sus lenguas (debo advertir que mi licencia poética está vigente.)

A pesar del historicismo y su jauría, un poema se sitúa fuera de toda progresión histórica. El poeta sabe que un momento en la historia puede iluminar todo el curso de la historia. El poeta sabe que una imagen arrancada del presente y cristalizada en el poema puede contener las claves de nuestra era.

La imaginación histórica del poeta trabaja contra el tiempo y contra los brutales atropellos del progreso para rescatar imágenes como se rescatan especies en peligro de extinción. Por ello el poema es un santuario, un refugio para la ecología amenazada de nuestras conciencias.

Aún en este paraje, elemental y prosaico, la imagen de un venado establece su hogar como entre las líneas de un poema. La ambigua riqueza de su mirada y su corazón palpitante se ocultan en la espesura de los signos.

Nada sabemos ante el poema, como nada se sabe al mirar los ojos de un venado. Ya José Lezama Lima nos había demostrado que siempre es así: «Hasta donde he podido caminar en la poesía, he comprendido. Después ha vuelto de nuevo la oscuridad, la que produce una visita, la que me deja una imagen».

Aprovecho, entonces, la oportunidad para extender una invitación. El lector es bienvenido a caminar «en el poema». Leyes de conservación nos obligan a imponer un sólo límite a la apreciación de su realidad textual: no atentar contra la belleza pacífica de su flora, la libertad de su fauna o la redención última de su imagen.

El poema de la semana

Jorge Ávalos

Comencé esta serie hace más de dos años, y se publicó en el semanario virtual El Faro. Al principio creí que sería fácil: elegir un poema y comentarlo cada semana. Pronto descubrí que no es tan fácil, sobre todo si uno está preocupado del lector o de la lectora, y de lo que significa ofrecer las lecturas más variadas posibles y comentarios de consistente calidad que despierten el interés en la poesía. Después de un año, con algunos problemas que hicieron tambalear la frecuencia semanal de la serie, decidí cancelarla, a pesar de que ya tenía un nutrido grupo de lectores. Este año decidí reiniciarla, con una fábula ejemplar del salvadoreño León Sigüenza sobre la libertad de expresión, El tigre y el canario.

Con excepción de la fábula de Sigüenza, que incluiré esta semana por su fuerza simbólica en este blog, no voy a repetir aquí lo que se publica en El Faro actualmente. Mi intención es restituir una selección de casi una veintena de los poemas comentados de la primera serie publicada hace dos años. Cuando esta selección termine de ser publicada al final de mayo, entonces iré agregrando los poemas que se publicarán en El Faro a partir del 22 de enero. De esta manera habrán dos poemas disponibles cada semana. Pero quien quiera leer el más reciente poema comentado tendrá que visitar El Ágora, la sección cultural del semanario virtual El Faro.

Le agradezco a Carlos Dada por su visión. En un momento cuando otros medios de prensa cerraban sus espacios a la crítica literaria, él los abrió. También le agradezco que me haya tenido la confianza para permitirme restaurar y renovar esta serie a partir de enero de 2007, a pesar de los problemas que la anterior enfrentó en sus últimas semanas.